viernes, 28 de noviembre de 2008
Esta colorida aventura de LINO FONTANA es traída hasta ustedes por Pedro J. Hernández, como a eso de las 9:53... bueno, más o menos a ésa hora.
No es fácil ser un ladrón y darse lujos de burócrata. Y aunque sé que hay burócratas que se dan el lujo de lo primero, yo soy más claro y modesto en lo que aspiro.

Esta vez tuve que excluir lo ostentoso, pues por el momento y la crisis, nada de eso disfruto sino que mas bien lo elemental me falta: la luz eléctrica.
Mi hermana y yo tuvimos que pasar una temporada con noches en las que levantarse para ir al baño podía provocar un accidente u orinar por error en algún mueble. Decidí que la situación no se prolongaría más o todos mis sillones terminarían en la basura.

Saben que robo por placer, pero esta vez la necesidad me obligó a tomarle algunos voltios prestados por la fuerza a mi vecino Gary. "Ni se va a dar cuenta aquel gruñón, acostumbrado está a mandar a sus hijos a dormir nomás se hacen las 9:00", expliqué a mi hermana que me escuchaba con fastidio en medio de la oscuridad.

-¿Y si te buscas un trabajo de verdad? Con horario y oficina, compañeros de trabajo, un jefe y todo eso...

-¿Y si mejor te callas, Karina?

Dí la media vuelta y tomé la herramienta necesaria. Salí y trepé por el poste de distribución eléctrica aprovechando que la oscuridad de mi casa ocultaba alguna parte de la acera y comencé la manipulación de los cables. La casa de Gary no mostraba señales de estar utilizando la energía y seguro era que todos dormían allí. "Perfecto, hecho está", pensé con regodeo. Bajé y al entrar a casa mi hermana ya había encendido todas las luces y podíamos ir al baño sin equivocarnos.

-Vaya, hasta has tomado un periódico. Me da gusto que por fin te pongas a leer algo -expresé a ella.

-Sí, te estoy buscando un trabajo. ¡Mira! aquí hay algo: "Se solicita auxiliar de cobranza", considerando tu perfil necio y acosador te viene al dedo, ¿no?

-No sabes cuánta gracia.

-Acá otro, escucha: "Buscamos vendedor de libros esotéricos", a tí que te gusta inventar explicaciones que nadie te puede creer.

-¿Vas a seguir? Para irme a ver la televisión.

-No espera, éste es el mejor de todos, pon atención Fontana: "Contratamos payaso".

-Uuhm... ¿Y? Estoy esperando el sarcasmo.

-¿Lo necesito?

Ignoré los cariños de mi hermana adolescente y tomé una cerveza del refrigerador. Me senté a ver televisión y casi me desvanecí en el cómodo sillón de la sala, el único que me quedaba, por cierto.
De repente tocaron mi puerta, presentí malos agueros y apagué rápidamente todas las luces, haciendo lo mismo con el televisor. "Señor Fontana acabo de ver que apagó todas las luces y escuché hace un momento su televisor. Misteriosamente ha vuelto a contar con el servicio eléctrico, ¿no? Voy a trepar al poste de distribución eléctrica y si verifico que me ha robado la luz lo demandaré. Usted no me cae bien Fontana, desde que lo conocí me desagrada", Gary gritó a mi puerta muy molesto y yo, para hacerle creer que no estábamos en casa, hice un sonido como de paloma: "...Cu-cuuuh...Cu-cuuuh...", pero el hombre no se tragó el engaño y regresó a su casa decidido a traer sus herramientas para trepar al poste.

Yo salí rápidamente mientras él no miraba y trepé lo más veloz que pude al poste de distribución, para volver a colocar los cables en su sitio. En eso andaba cuando escuché a gritos: "¡Lo sabía, sabía que usted se robaba mi luz, maldito engendro!", acusábame Gary enojado causando mi destanteo, y resbalando del poste sólo pude atinar a sostenerme de un cable eléctrico... el cual no tenía recubrimiento y por unos breves segundos sentí la electricidad pasando por mi cuerpo, aunque gracias a la gravedad que me atrajo hacia el piso no fue fatal la experiencia, que se siente como si unas 5,000 hormigas te bailaran chachachá por las articulaciones y luego te mordieran, luego caí sobre unos arbustos que felizmente me salvaron de fractura alguna, aunque no terminé aquel episodio conciente.

Al despertar me encontraba en una cama de hospital y mi hermana leía un periódico en una silla de junto. De inmediato me saludó y me explicó la suerte que tenía de no haber caído a distancia mayor. Yo suspiré al enterarme que había sobrevivido.

-Esta vez tomaré tu consejo, hermana. Dime qué trabajo me has encontrado y lo tomaré. Quiero evitarme los riesgos por un rato.

-No Fontana, ahora sí estoy leyendo el periódico, mi horóscopo de hecho. Y hasta que te recuperes de todas las heridas internas yo trabajaré, sobre todo porque le prometí a Gary que le cuidaría sus hijos para reponerle lo que le robaste de luz.

-¿Vas a ser niñera, tú? Pero no tienes experiencia, ¿cómo lo harás? Sin contar que eres muy irresponsable jajaja ahora yo me voy a burlar... ¡Auch! Mis costillas... cómo duele reírme.

-Pues no será tan malo Fontana. Considerando que como entrenamiento he tenido que aguantar tus berrinches, escuchar tus coloridas fantasías megalómanas y soportar tus ocurrencias infantiles, como la que nos tiene en este hospital, pues no me irá tan mal, créeme.

-Me agradas más cuando estoy inconciente...

-Yo sé que me amas hermanito. ¡¡¡Toma un beso!!!

-¡Auch!

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martes, 25 de noviembre de 2008
Esta colorida aventura de LINO FONTANA es traída hasta ustedes por Pedro J. Hernández, como a eso de las 10:12... bueno, más o menos a ésa hora.
Las últimas tardes, mientras retozaba para disfrutar de mi café, era sorprendido por el sonido de un violín que traspasaba las paredes de mi vecino y convertía su virtuosa interpretación en mi curioso deleite. Su vibrato, tono y rítmica me dejaban extasiado, deseaba escuchar más al grado de terminar con la oreja pegada a la pared. "¿Quién será el artista que ejecuta con tanta maestría?", me pregunté en voz alta.

-Es un estudiante chino que vino de intercambio, los vecinos le rentan un cuarto- dijo mi hermana mientras yo recomponía mi figura, antes reclinada sobre la pared.

-¿Y tú cómo sabes todo eso Karina?

-Pues porque me contaron. Dicen que es un buen tipo, muy simpático... ¡Y que tiene un tamagochi!, como todo chino que se respete.

-Los tamagochis no son de China, son de Japón.

-¿Y nada más por eso no puede tener un tamagochi?

-¡Bah! Necia...

El violinista tuvo un rato de silencio mientras mi hermana y yo hablábamos, luego irrumpió en el aire con una nueva interpretación que nos hizo callar. Atentos recibimos cada nota de aquel deleite... eso hasta que un tronido horrible rompió la secuencia y devolvió el silencio.

-Se escuchó muy feo... parece que algo se quebró -observó mi hermana.

No pasó ni un minuto cuando se comenzaron a escuchar gritos, patadas y saltos, que fueron desplazando su posición hasta escucharse en la calle, a lo que mi hermana y yo salimos corriendo para ver qué ocurría. Allí nos encontramos con la sorpresa de ver al mencionado chino, brincando y haciendo ademanes mientras gritaba cosas en su ininteligible lengua. En su mano derecha sostenía el motivo de su irascible desasosiego: el violín que momentos antes tocaba con tal virtud ahora colgaba de un par de cuerdas partido por la mitad. Al parecer no resistió la vibración apasionada del intérprete. El deleite había terminado y el triste chino lloraba por su violín roto.

-¿Cómo se llama él?- Le preguntó mi hermana a un vecino que también salió a la calle sorprendido por los gritos.

-Se llama Cheng Chow -contestó aquel.

-¿Chencho?

-No: "Cheng Chow"

-¡Chencho!

-No muchacha, mira, repite conmigo: "Cheng-Chow".

-Hola Chencho, bienvenido a México- saludó mi hermana al chino juntando las palmas de las manos e inclinando la cabeza en señal de reverencia.

-¡Así no se saludan los chinos, ése es el saludo de los japoneses! Lo vas a hacer enojar Karina, ¡Chinos y japoneses se detestan! -corregí a mi hermana, que poco le importó mi regaño. Al pobre chino nada lo consolaba, su violín yacía en el piso mientras lloraba de hinojos.

Cada quien regresó a su casa y más tarde, durante la cena, mi hermana y yo comentábamos sobre la tragedia.

-Si yo pudiera le regalaría un violín a ese muchacho, extraño su música -le dije con pesadumbre a mi hermana.

-Sí, uno como el Stradivarius que tienen en la Feria Italiana -completó mi hermana.

-Claro uno como el... a ver, ¿un Stradivarius, en dónde?

Mi hermana me contó que se llevaba a cabo en la ciudad una Feria Italiana, donde entre otras cosas, estaba mostrándose al público un Stradivarius. Casi salté de mi silla para decir: "Voy a robarlo y se lo voy a dar al chino para que siga tocando".

-Ay Fontana, ¿en serio? Es la única idea buena que te he escuchado últimamente -agregó mi hermana-. Yo voy a completar el regalo preparándole un rico sushi para que no extrañe el folclor de sus costumbres.

-Un Sushi... a un chino... ¿?

Al día siguiente, emocionado y tomando todas las precauciones que requeriría mi plan, acudí a la feria con gafas negras y una gabardina tan grande y amplia lo suficiente para esconder aquel instrumento que pretendía robar. Sorpresivamente la custodia que protegía al Stradivarius no era tan quisquillosa y cuidando detalles mínimos pude detectar el momento justo en el cual sería oportuno robarlo.
Así lo hice, lo envolví en mi gabardina y corrí entre los pasillos de la feria intentando perderme entre la gente. "¡Deténgase usted!", ordenaron a lo lejos los guardias de la feria al percatarse de mi extraña vestimenta y la desaparición del Stradivarius.

Yo comencé a correr mientras era perseguido por un par de ellos, crucé un aglomerado de personas y logré perderme hacia un pasillo que conducía al baño. Allí entré a refugiarme buscando algunos segundos que me permitieran calcular lo que haría después.

Saqué el violín pensando en ocultarlo dentro de uno de los baños, abrí varias puertas intentando encontrar el más limpio. Cuál sería mi sorpresa al abrir la tercera puerta y descubrir a Cheng Chow sentado en la taza del baño, que de inmediato se sobresaltó y comenzó a protestar infinidad de cosas en chino mandarín. "Disculpe mister Chow, disculpe, fue un accidente", le explicaba yo al asiático que repentinamente enmudeció al mirar el Stradivarius que tenía yo en la mano.
Con un semblante totalmente diferente, algo intentó decirme señalándome el Stradivarius.

Yo se lo obsequié junto con mi gabardina y gafas negras, era muy vil de mi parte deshacerme así de la evidencia que me inculpaba, lo sé, pero ya deberían ustedes estar acostumbrados.
Al cabo de unos segundos salió el chino del baño y escuché gritos de los guardias y también de mister Chow. Yo me acerqué a la puerta y sacando un poco la cabeza observé la escena: la caterva mirando al chino con el Stradivarius y los guardias rodeándolo, acechándolo con cara de duda por no comprender sus palabras.

Creo que el chino comprendió que hablando en mandarín nadie le iba a entender así que, sorprendiendo a todos los que le miraban, levantó una mano pidiendo callaran todos su morboso barullo. Luego tomó en sus manos el violín y comenzó a tocar.

Todo mundo cambió su rostro inquisitivo por uno más relajado y poco a poco de simpatía. Mister Chow percibió la reacción de la gente y comenzó a acelerar sus revoluciones haciendo piruetas auditivas que hicieron a todos abrir la boca, sorprendidos por tanta capacidad y virtuosismo. El gentío estaba atónito contemplando una interpretación soberbia... así hasta que sucedió lo inesperado: el Stradivarius se rompió por la mitad. "¿Otra vez?", pensé desde mi escondite.
El chino se asustó, la gente exclamo un "oh" y los guardias volvieron a levantar sus brazos para ponerse en guardia. Chow tomó el pedazo de violín, miró dentro de la caja de resonancia y desprendió una etiqueta que estaba pegada en el interior. Puso la mano en la cintura y meneó la cabeza en señal de desapruebo, yo salí del baño donde me escondía, me acerqué a mister Chow y leí que decía la etiqueta: "Made In China".




Dedicado afectuosamente a Lilith, muchacha que le tiene devoción a las ferias italianas jajaja.

Y otra cosa más: Felicitenme porque hace un año el ladrón comenzó a robar y no ha parado, gracias a ustedes, que me dan la oportunidad y el gusto de compartirles esta faceta cleptómana.

Gracias, muchas muchas gracias.

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