-Shhhhhh… mamá y papá duermen, vamos a bajar a la sala para mirar cuando llegue Santa Claus.
-Espera Diego, me voy a llevar otro calcetín, para que me lo llene de dulces.
-No, mamá me ha dicho que si lo interrumpimos, se molesta y jamás vuelve a venir. Por eso nos manda a dormir temprano y dice que vayamos al árbol sólo hasta el día siguiente.
-Bueno, entonces mejor sólo miraremos lo que hace; nos esconderemos detrás del mueble.
Recorrieron juntos el pasillo, dejando atrás la habitación de sus padres -que dormían- y descendieron lentamente por la escalera hasta la planta baja. La casa era grande y la noche acompañaba la decoración de Navidad, que los papás de estos dos chicos habían colocado desde principios de Diciembre. Aunque habían colocado luces de colores por todas partes, en las noches desconectaban todo; calculaban por seguridad que no hubiese posibilidad de algún incendio por corto circuito. Por eso la negrura del paisaje y la seguridad de los chicos en que no serían vistos por Santa Claus.
Se atrincheraron detrás del gran mueble en la amplia sala. Frente a éste había una pequeña mesa con un florero, debajo de la cual, colocado estaba un tapete grande; y al final del mismo, la chimenea se encontraba apagada.
-Mariana, ¿qué es esta bolsa?
-Mi bolsa, dámela…
-Shhhhhhhhhh… no hagas ruido. Te advertí sobre estas cosas y… Mira esto, trajiste una red; tonta, Santa Claus no es una mariposa…
-Ya lo sé, aguafiestas… la traje por si acaso…
-¿Por si acaso que? Estas bien loca y… espera. ¿Ya escuchaste? algo se mueve…
-Es en la chimenea, escóndete Diego. Ya viene Santa.
Un ventarrón de humo y polvo entró por la chimenea. Se escuchó un leve trastabilleo en el interior y de inmediato cayó sobre las cenizas un bulto que no se distinguía en medio de la noche.
-Mira Diego, es Santa…
-Sí… y esta murmurando muchas groserías.
-Se rasca mucho el trasero... agáchate más, encendió su lámpara y se dirige hacia a nuestro árbol de Navidad…
-¿Ya viste eso, Mariana? Ya había regalos en nuestro árbol… Creo que ha regresado a traernos más cosas, qué bien. Quizás se le olvido poner algo de lo que le pedimos en nuestras cartas.
-Diego… no… espera, se está llevando nuestros regalos… mira eso, los está poniendo en su gran saco. Hay que detenerlo…
-Noooo… si lo detenemos jamás volverá…
-Pero yo quiero mis regalos, no es justo. Todo el año evité ponerte huevos en la mochila para que al final no me dé mis regalos, me los he ganado. No es justo…
-¿Tu eras la que me los ponía? Mariana te voy a jalar de las greñas cuando se vaya Santa, yo siempre pensé que era ése niño mugroso que nos bajaba los pantaloncillos en la clase de deportes…
-Deja eso Diego, mira… quitó el seguro y se está deslizando por la ventana para salir a la calle ¡hay que seguirlo! Hay que ver qué hace con nuestros regalos. Vamos a salir por la puerta de atrás y rodeamos la casa para alcanzarlo en la calle… aquí traje las llaves.
-Eres imposible. No puedo creer que hasta las llaves trajiste… mamá se va a molestar, pero vamos, yo también quiero mis juguetes.
Los chicos se apresuraron y dieron la vuelta a la gran residencia. Corrieron por el jardín lateral, y después de abrir suavemente la reja del cancel, se detuvieron escondidos un momento en los botes de basura que había en ese costado en dirección a la calle.
-Mi mamá compra mucha comida dietética, mira todas estas cajas… y de todas maneras se enoja cuando se sube a la báscula… mejor debería tirar la báscula.
-Mariana olvídalo; mira a Santa, está corriendo y va a dar la vuelta en la esquina, vamos tras él.
Los chicos corrieron un par de casas y luego dieron vuelta en la esquina. Algunos metros más adelante, su extraño visitante arrojó la bolsa con los regalos sobre el cajón trasero de una camioneta, donde no era el único saco que había pues también varias bolsas negras con más regalos. De inmediato subió a ella e hizo varios intentos por encender su viejo motor. Los chicos aprovecharon la distracción y subieron al cajón trasero, agachados para no ser vistos. La máquina hizo mucho ruido y al quinto intento carburó, avanzando enseguida.
-Mira Diego, hay muchas bolsas con regalos, se está llevando los regalos de muchos niños ¿A dónde los llevará? ¿Piensa llevarlos al Polo Norte en una camioneta vieja?
-No seas tonta, claro que no… va a llevarnos al puerto y ahí quizás nos espera un barco. Mamá nos va regañar…
-Cuando le contemos que conocimos la casa de Santa Claus nos va a perdonar. Además, debemos ir, tiene qué explicarnos por qué se lleva nuestros juguetes… y por qué hace dos años me trajo unos calzones de señora muy chiquitos y delgaditos… y cuando me quejé con mi mamá me los quitó a risa y risa.
-Mariana hay que escondernos, no sabemos que pase si nos atrapa. Métete a ésa bolsa y yo a ésta. Son muy grandes y si cabemos.
-Tengo miedo Diego, ¿y si es un Santa Claus Bizarro? Como Superman, que era bueno. Pero su enemigo Bizarro era malvado y feo, todo lo contrario. A este Santa Claus le falta panza, se viste de negro y su gorro le cubre toda la cabeza hasta el cuello. No trae renos y en vez de trineo maneja esta camioneta fea.
-Pues espero que no, pero si pasa algo, gritamos… escóndete está reduciendo la velocidad, parece que llegamos.
El Extraño bajó de la camioneta y se quitó el pasamontañas que cubría su cabeza. Jaló mucho aire con sus pulmones y después de rebuznar unas cuantas groserías acerca de su espalda, comenzó a cargar las pesadas bolsas al interior de una gran casona antigua. En el interior, acomodó las bolsas en el salón de recibimiento de aquella vieja casa, cruzó el patio y se entrevistó con una mujer de rara vestimenta. A una petición suya, el Extraño cargó de nuevo bolsa tras bolsa, cruzando hasta el fondo de uno de los salones laterales, recorriendo el gran patio y siguiendo con su retahíla de majaderías con cada paso que daba. Al terminar, la mujer le recriminó sus palabras y le conminó a que la acompañara. Los dos se fueron dejando las bolsas allí.
-¿Donde estamos Diego?
-No sé, pero me quedó muy claro que a Santa Claus le duele mucho, pero muchísimo su espalda. Nunca había escuchado tantas groserías por un dolor.
-Ven Diego, hay que mirar por esa puerta, a lo mejor esta es la casa de Santa.
A través de una puerta que conectaba con otro salón más grande, se podían ver muchos enanitos con ropas viejas. Todos sentados en sillas deterioradas y postrados junto a grandes mesas largas, cada cual con su plato de comida. Eran muchos y todos comían como desesperados, mientras un cocinero bigotón cuidaba que no se robaran entre sí la comida.
-Mariana, son los enanos de Santa. Los enanos que le ayudan a empacar los regalos… o más bien a robarlos. Están mal vestidos y se ven tristes, quizás los explota; tienes razón, es un Santa Claus Bizarro.
-Qué miedo Diego, quizás se roba los juguetes que el verdadero Santa entrega a los niños y luego los revende o se los piratea… Es un Santa Claus Chino.
-Hey, ¿Quiénes son ustedes?
Cuando el par de hermanos escucharon estas palabras, gritaron del miedo y se abrazaron; volvieron la mirada y vieron al Extraño que los había visitado, detrás de ellos.
-Usted no es Papá Noel, ni San Nicolás, ni Santa Claus, ni siquiera el Viejito Pascuero… usted es un impostor que se robó nuestros regalos.
-¡Viejo feo, mi hermanito tiene razón, y además tiene usted cara de perro! Deje a esos pobres enanitos en paz y no los haga trabajar en sus maldades. Están todos tristes y mal vestidos.
-Espera niña, cálmate y baja la voz, de qué hablas ¿cómo me siguieron?. Claro que no soy Santa, yo me llamo Fontana. No griten, dejen les explico…
Tuve que decirles la verdad para que no me delataran con la Madre Superiora, con quien unos momentos antes me había entrevistado. Les expliqué mi historia de ladrón y les aclaré que no estábamos en el Polo Norte, sino en un orfanato.
-Soy un ladrón, niños tienen razón. Pero lo que les robé es para estos pobres huérfanos. Ellos no tienen a nadie, ni papá ni mamá como los de ustedes, que mañana les darán una comida generosa y los llevarán de paseo para olvidar lo de sus juguetes; y están tristes porque esta Navidad nadie vendrá a visitarlos. ¿Quieren sus regalos de regreso? Llévenselos, pero ahora que saben la historia y mis razones, díganme si les hubiera gustado hacer algo por estos pequeños huérfanos.
No esperaba justificarles mi vida entregada al hurto, sólo quería darles a esos desdichados una noche feliz. Una en el año, por lo menos. Los hermanitos se miraron entre sí y accedieron a darme sus regalos. Cuando la Madre Superiora volvió de su despacho, se los presenté como mis dos Duendes ayudantes. Todos reímos y juntos nos pusimos a entregar los obsequios. Los niños se alegraron y todos nos lo agradecieron con un abrazo muy fuerte. Casi todos los regalos coincidieron con su destinatario, aunque a una niña le tocó una rasuradora eléctrica que prometí cambiarle. Sus caras tenían una felicidad que nunca les había visto. Mientras tanto, Dieguito y Marianita sonreían de un modo muy peculiar, y cuando los llevé de regreso a su casa se despidieron con un brillo diferente. No lo sé, pero presiento que nunca volvieron a ser los mismos. Y eso fue muy bueno.
-Feliz Navidad, señor Fontana.
-Feliz Navidad, Marianita. No hagan ruido y métanse silenciosamente para que no los vean sus padres. Nunca los olvidaré amiguitos.
-Nosotros tampoco. Mi hermana y yo pondremos siempre un muñeco en el árbol de Navidad con su nombre, para recordarlo.
Siempre robé para buscar la fama, pero por una vez en la vida, me sentí eterno. Gracias a ésos dos niños que jamás olvidaré.
Etiquetas: Primera Temporada