lunes, 9 de junio de 2008
Esta colorida aventura de LINO FONTANA es traída hasta ustedes por Pedro J. Hernández, como a eso de las 16:49... bueno, más o menos a ésa hora.
Cuando comienza un año me pregunto a qué personas nuevas habré de conocer durante su transcurso. Pienso en los mismos periodos de tiempo anteriores y me sorprendo de cuanta gente me encontré en el camino, cuanta se fue y cuanta se quedó comigo. Luego siento una emoción enorme, pues sé que al comienzo del actual ciclo de 365 días muchas personas estarán por allí en el mundo, viviendo sus vidas y esperando la circunstancia y el momento en que nos toparemos en nuestros caminos.

Ahora que estoy a la mitad del ciclo anual, una sorpresiva llegada me hizo despertar del tedio para interrogarme sobre lo inesperada que es la vida.

Fue algo extraño, quizá por eso lo considere inverosímil e indeleble. Sucedió precisamente un día nublado con algo de lluvia, cuando precisamente aprovechaba la permanencia en mi casa para revisar los comentarios de mi Blog.
Antes de proceder a redactar mi última aventura criminal noté algo inusual, pues además de los mensajes que mis amados lectores al blog suelen dejar, recibí un extraño correo electrónico.
Incrédulo comencé a leer el inesperado texto que me enviaron:

Querido Señor Fontana:

"Llevo algunos meses leyendo sus atrevidos lances y me confieso totalmente un admirador suyo. Mucho más que eso, pues en su blog he encontrado una ruta de vida y un ejemplo que sinceramente deseo emular.

Quisiera saber si puedo conocerlo, deseo cumplir el ideal inquietante del lector que conoce al autor de su utopía favorita. Deme la oportunidad de saber quién es aquel que abre una ventana para, desde lejos, dejarnos ver el paisaje de sus desvaríos criminalísticos y su estilizada irrealidad, la que quizá por eso se vuelve paradójicamente más coherente.

Le agradezco de antemano por atenderme, pues créame que infinitamente usted me inspira."

Con todo mi respeto y
completa admiración:
BASILIO.


Después de leer semejante dedicatoria, no pude menos que sentirme conmovido. "Que texto tan atento y amable, qué lástima que este buen lector no haga comentarios más seguidos en mi blog porque tiene muchas cosas bellas qué decir", lamenté después de constatar la sensibilidad de este amigo así que decidí no dejar sus palabras en simples anhelos y le contesté con otro e-mail. Le agradecí allí sus loas y lo convidé a tomar un desayuno en mi cafetería favorita, después de todo me debo a quienes me leen.

Al día siguiente, como habíamos acordado, me reuní con mi obsequioso lector para degustar el desayuno. Fue sorprendente llegar y encontrarme con un veinteañero de cachetes prominentes y unos poco disimulados michelines. Descubrí que como a cualquier otro muchachito le encantaban los cómics y gustaba mucho de leer aventuras, de las cuales mi blog representaba una.
Basilio fue tan agradable como yo esperaba y luego de una mañana de tener tan cordial intercambio nos despedimos con agradecimientos mutuos por la grata charla. Yo regresé a mi casa caminando mientras rezumaba gustosa satisfacción, dado que todos los halagos de aquel chico me habían entusiasmado y ahora no podía sentir otra cosa que gozo profesional.

Era una emoción extraña, pues recuerdo que uno de los halagos más grandes que aquel chico me otorgó fue cuando me confesó: "Yo quiero ser como usted. De verdad es para mí un ejemplo a seguir y quisiera ser su escudero, su cómplice, su comparsa, su compañero de aventuras", a lo cual yo agradecí el gesto pero le aclaré que debo trabajar siempre solo, por ser la única manera en que el concepto de mis robos encuentra su plena exaltación.

Ya en mi casa, me preparaba para hacer otras cosas cuando mi hermana adolescente Karina llegó de la escuela. La noté antes de que entrara porque escuché su voz, pero no fue la única, pues supe que venía acompañada al oír otra voz venir con ella. Caminé hacia la puerta para abrirle y mirar a su acompañante, el cual sorpresivamente resultó ser el mismo Basilio que charlaba con ella.

-Bueno pues también le gusta la música retro, sobre todo los Beatles, Led Zeppelin y todas ésas bandas que escuchan los losers posers que se creen intelectuales. ¡Ah! y nunca digas que Kurt Cobain inventó el Grunge porque se enoja... y cuando se emborracha llora... dormido le salen mocos... tiene un amigo imaginario que se llama Martín... y también...

-¿Karina qué tanto le estás diciendo a Basilio? Y por cierto, ¿Usted me siguió hasta acá Basilio? -yo estaba intrigado por lo misterioso de la escena, incrédulo de ver al muchachito cachetón a las puertas de mi casa y platicando con mi hermana.

-Fontana, este joven te admira mucho -dijo Karina más admirada todavía-. Llevo como media hora contándole todas las tarugadas en las que te gusta malgastar el precioso don de la vida y me pone muchísima atención e inclusive apunta en una libreta todo lo que le digo. ¡Estoy sorprendidísima!

-Señor Fontana, discúlpeme por haberlo seguido hasta su casa pero en verdad quiero que me dé una oportunidad. Estoy tratando de aprender todo sobre sus robos porque en verdad quiero ayudarle en su criminal y artística labor -Basilio me miraba emocionado, pero yo me comportaba como aquel padre que no quiere comprarle a su hijo un juguete caro, malhecho y peligroso.

-No Basilio, no. Ya te dije que trabajo solo, espero que no volvamos a tener esta conversación de nuevo -me negué con malestar por su insistencia.

-Por favor señor Fontana, sé que es difícil que me acepte porque cree que no lo conozco, pero verá que estoy muy al tanto de sus aventuras. Es más, yo puedo ser su compañero, podemos ser una dupla, ¡como los superhéroes!

-Pero muchacho -ya comenzaba yo a fastidiarme-, todos los compañeros de los superhéroes son nefastos. ¿O qué acaso el dudosamente masculino Robin es tan grato para Batman? ¿O Superboy le hace algún favor que valga la pena a Superman? ¿El Gran Gazoo desbancó a Pablo Mármol como mejor amigo de Pedro Picapiedra? Todos ellos eran basura, no me digas que quieres eso para tí. Además mírate, ¿serías capaz de usar mallas y un antifaz?

Traté de terminar rápido la conversación y le pedí a Basilio que se retirara. Aunque al principio me halagó su increíble admiración hacia mí, luego comencé a sentirme incómodo con su acoso. Se estaba convirtiendo en un fan conflictivo con el cual ya me daba un poco miedo encontrarme en la calle.

-Por favor señor Fontana, deme una oportunidad...

Me dijo un día que me lo encontré camino al parque para hacer mis ejercicios, yo corría y grité un sonoro "¡No!", mientras apresuraba la caminata para alejarme de aquel espantajo.

-Le prometo que no se arrepentirá, deme una oportunidad...

Volvió a pedírmelo un día que yo fui a jugar futbol con mis amigos, yo realizaba un saque de banda y él estaba sentado en las gradas lanzándonos porras. Le expliqué de nuevo las razones por las cuales no era una buena idea su petición. El árbitro me sacó una tarjeta amarilla por tardarme en hacer el saque y yo me molesté mucho con aquel insistente muchacho.

-Al principio será difícil acoplarnos, deme una oportunidad...

"¡De ninguna manera, muchacho pedorro!", le grité en medio de un restaurante donde acudí a comer. Él resultó ser el mesero que nos atendería y fue muy irritante tener que dejarle propina después de que a mi platillo le faltaban algunas piezas del pollo que yo había ordenado.

-Podemos hacer la prueba sólo un par de meses, deme una oportunidad...

Es increíble que se haya disfrazado de hipopótamo para pedírmelo de nuevo, más sorprendente fue que los empleados del zoológico no podían distinguir entre el Basilio disfrazado de hipopótamo y los verdaderos animales. Los que por cierto no se le querían acercar porque olía feo. "Jamás de los jamases", fue mi enérgica respuesta.

-Bueno ya, es en serio, ¿me dará una oportunidad o no?

"¡Quítate ésas horribles mallas! La virginidad de mis ojos acaba de ser violada... y no, mi respuesta siempre será ¡NO!", grité con todas mis fuerzas en aquel supermercado al que acudí un domingo, y después de ver que hizo todo el intento por caracterizarse como un clásico compañero de superhéroe. Desgraciadamente las mallas le quedaban tan apretadas y las lonjas se le salían por los costados. La gente que estaba formada en las cajas para pagar de inmediato se comenzó a reír, mofándose por lo que le dije al gordo en mallas fosforescentes. Yo mismo le sonreí a las personas que me celebraban por mi ácida crítica a los firuletes que traía puestos en la cabeza aquel adolescente. Todo era una fiesta hasta que mi necio paladín comenzó a gritar lleno de rabia y coraje.

-Pues ya me tienes harto, payaso presuntuoso que se cree la última pelandusca del lupanar.

"Huuuuuy...", murmuró en coro toda la gente, después volvieron su mirada hacia mí. Yo no supe qué hacer y luego Basilio continuó.

-Yo quise ser tu aliado, pero tú malpreciaste mis ofrecimientos pues eres un engreído, ahora seremos enemigos y más te vale caminar siempre cuidándote las espaldas porque ahora tu némesis tiene nombre. ¡Desde hoy no descansaré hasta destruir a Lino Fontana!

Basilio dio la vuelta y se fue corriendo, yo sólo miraba asombrado cómo un sujeto tan pesado cabalgaba con aquellos firuletes colgados y gemía una risa pretendidamente maligna. "Pues parece que hablaba en serio, si yo fuera usted, le tendría miedo", dijo uno de los impertinentes testigos.
Yo no tenía certeza de cuáles serían las consecuencias, pero estaba seguro que no me gustarían. Bastante problemas tengo siendo un ladrón como para encontrar enemigos en adolescentes enajenados.

Las cosas que a veces uno se encuentra en la vida. No sabía cuándo volvería a ver a Basilio, pero estaba seguro de que no deseaba que fuera pronto. Esperemos...

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lunes, 2 de junio de 2008
Esta colorida aventura de LINO FONTANA es traída hasta ustedes por Pedro J. Hernández, como a eso de las 18:45... bueno, más o menos a ésa hora.
-Me encantan los patos, Fontana. Seguramente en otra vida fui pato y por eso me gustan –dijo mi hermana adolescente Karina, mientras daba de comer unas semillas al mencionado palmípedo.

-No sé lo que fuiste en otra vida, pero en lo que respecta a ésta, me hubiera gustado que fueras un pato. Sería más fácil pagar tu manutención.

-¡Ay eres un payaso!

-Como sea, voy a dar una vuelta y averiguar qué hay detrás de ésos árboles -señalé a Karina la dirección a donde iría y emprendí el paso.

Me di la vuelta y dejé que mi hermana se quedara acariciando a su nuevo amiguito. Aquel día habíamos acudido al parque para pasear y tuvimos la fortuna de encontrar muchos patos en el lago, así que para ella fue un muy divertido paseo. Yo sin embargo no encontraba particular atracción en aquellos pájaros y miraba con más curiosidad los árboles que flanqueaban el lago, pues me preguntaba si más allá existiría algún paisaje nuevo.
Emprendí el paso y caminé hasta ésos matorrales, entre los cuales pude atravesar para llegar al otro extremo donde descubrí un paisaje lleno de luz y verdor. “Bueno, mejor que ésos patos piojosos”, sonreí mientras llenaba mis pulmones de un aire límpido y fresco. Sorpresivamente miré hacia la derecha y descubrí varias bancas rodeando una jardinera enorme, llena de exótica vegetación, así que me acerqué para mirar las curiosas plantas que crecían allí.

“Así que tenemos aquí un curioso espécimen de la mora sudamericana... voy a robarlas todas.”, pensé mientras tomaba rápidamente cada uno de los vistosos frutos de aquella planta tan colorida. Estaba tan enajenado en cometer semejante tarea, que no reparé en la presencia de una persona sentada en una de las bancas que rodeaban la jardinera. Era una chica ataviada con un vestido blanco, muy elegante y que evidenciaba una alcurnia bastante altiva. Cuando la noté detuve mi acción y nervioso traté de disimular mi robo, intentando aparentar serenidad y normalidad. Ella se encontraba leyendo apasionadamente un libro y de ninguna manera reparó en mi presencia allí.
No supe qué hacer y mi primera reacción fue quedarme congelado, como cualquier ladrón que se siente acorralado y sorprendido, aunque luego me percaté de que mi presencia no la inmutaba pues parecía muy abstraída en su libro.

Respiré hondo y miré mi camisa, pues enrollada en la parte de abajo guardaba los pequeños frutos a modo de improvisada bolsa. Como el robo de las moras fue una súbita idea, no encontré otro método para recolectar los frutos mas que simulando una “bolsa de canguro” con mis ropas.
Di unos pasos hacia atrás y lentamente tomé asiento en la banca que estaba enseguida a un lado de ella. Me rasqué un poco el mentón y traté de mirarla de reojo para estudiarla; se trataba de una señorita de muy hermosas facciones, con un cuerpo elegantemente adornado por su vestido y un peinado cuidadosamente preparado (quizá durante horas) para organizar su gran volumen de cabello y sostenerlo con un bellísimo broche de plata. Esto último llamaba mucho la atención, pues su peinado predominaba en toda su efigie por lo vasto y sedoso de la cabellera.

“Qué mujer tan hermosa y qué peinado tan quisquillosamente acicalado…”, medité sorprendido y alucinando ante aquel broche de plata. ”Me pregunto cómo se verá sin aquel broche”, pues acaso todo su peinado e inclusive su caprichosa imagen tan elegante se formaban teniendo a ése broche como armonizador preciso y perfecto. Mientras mis pensamientos trataban de descifrar el secreto de tan impresionante pulcritud, crucé mis brazos para hacer mis circunspecciones, lo cual causó que soltara mi camisa y todas las moras cayeran al piso.
Me asusté y me sentí evidenciado, como un estudiante causando un ruido accidental en alguna silenciosa biblioteca. Yo tuve pánico ante aquella atolondrada pifia y luego voltee hacia donde estaba la chica, ya que ella no pareció mover ni un solo músculo de su cara. Pero aquella aparente rigidez no fue tal, pues por un breve instante movió sus ojos dirigiéndolos hacia las moras caídas en el piso y después volvió rápidamente a su lectura sin distraerse más de tres segundos.

Me avergoncé sonrojándome, sacudí un poco mi ropa ensuciada por las moras y respiré para reponerme de la pena. ”Qué bochornosa torpeza frente a ésta bella mujer”, y cubrí mi cara avergonzado.
Oculté mi rostro por unos momentos y enseguida recorrí mis dedos para dejar libre uno de mis ojos, pudiendo mirar a la señorita de vestido blanco con una brevísima sonrisa en la boca y dedicándome otra no menos breve mirada, que de inmediato volvió a su ostentado libro. “Con que se está burlando de mí, ¿eh?”, me molesté por su arrogante gesto de sorna y me descubrí totalmente la cara para mirarla, ella reparó en mis movimientos observándome durante dos breves y fugaces segundos, para luego volver a su gesto adusto y soberbio del principio. Así pretendía actuar, simulando indiferencia, lejanía y una impostada imperturbabilidad.

”De mí nadie se burla… por lo menos no frente a mí”. Me paré sugiriendo con mis movimientos de cabeza que pensaba marcharme, aunque no pensaba hacerlo. De reojo observé su reacción, creyendo verla exhalar un poco de aire mientras levantaba una ceja, y ligeramente movía la comisura de su boca para dibujar una irónica sonrisa de despedida. Aunque nunca movió sus pupilas del libro, era más que evidente que mi partida le complacía.

Me quedé parado e inmóvil, no pude decidir lo que haría pues tenía un impulso muy grande por hacerme de aquel hermoso broche de plata. Sin embargo, no podía pensar la manera de obtenerlo sin que ella se diera cuenta, era imposible acercarse detrás suyo evitando que lo notara. ”Quiero ese broche, no puedo dejar que se burle de mí y no pague las consecuencias, además ése adorno de plata se ve de muy buen valor…”, medité elucubrando la manera de robarle su brillante accesorio.

Como ya lo sabrán, nunca he trabajado muy bien bajo presión, así que cuando ella ligeramente dirigió sus ojos a mis nerviosos movimientos de manos, me entró un pánico escénico que me hizo tomar la decisión más inesperada y torpe del mundo.

Me acerqué despacio pero sin detener mis pasos, ella por supuesto que suspendió su lectura y se me quedó mirando como si esperara de mí alguna pregunta. Al observar que invadiría su espacio físico se retrajo abriendo grandemente los ojos e intentó esconderse detrás del libro, yo estiré después mis brazos atolondradamente. Ella gritó como una niña que está a punto de ser mordida por un perro y clavó sobre mí una mirada asqueada y alarmada, pues entre su cuerpo y el mío ya casi sólo nos separaba la ropa… luego todo fue muy lento y muy extraño… yo estiré mi mano, tomé el broche y suavemente lo deslicé de su pelo retirándolo enseguida, y dando inmediatamente algunos pasos hacia atrás. La chica del vestido blanco temblaba y miró mi mano sosteniendo el broche de plata. Al darse cuenta que lo había sustraído miró su propio cabello como si observara su propia desnudez, el viento lo movía como una bandera ondulándose orgullosamente en el aire, después volvió de nuevo a mirarme tratando de descifrar mi rostro.

Supongo que le sorprendió mi gesto, pues yo no podía retirar mi vista de aquel hermoso pelo ondeando tan elegantemente. Volví mis ojos a los suyos y ella comprendió la fascinación que yo tenía en mi cara, se sonrojó un poco pero de inmediato recuperó la elegancia altiva que había tenido unos momentos antes; entonces comprendió la expresión de mi faz pues levantó su mano y con una delicia suave y acompasada, metió sus dedos entre los cabellos que nacían cerca de su sien. Allí comenzó a deslizar con exquisitez su mano expandiendo aún más su cabello alborotado por el viento, yo sentí una excitación inusual, como si aquella bella chica me respirara cerca del oído. Ya sabía que era intencional aquel gesto suyo, me lo transmitió sin lugar a dudas.
Creo que me perdonó haberle quitado su broche, quizá porque aquel día comprobó en la expresión mía que sus cabellos sueltos y alborotados por el viento eran tanto o más hermosos que sus exagerados y elevados peinados. Para una mujer, descubrir una nueva manera de expresar su propia belleza es como la revelación de una epifanía. Y debido a mi atolondrado gesto, aquella señorita la había tenido.
Tal vez por eso tomó mi mano, cerró mis dedos alrededor del broche y la empujó hacía mí. Luego se volvió a acariciar el pelo mientras miraba mis ojos y tomando su libro se retiró calmadamente, sonriéndome maliciosamente, dando la vuelta y marchándose.

Nunca olvidaré su último gesto, pues sin decir una sola palabra creo que me dio las gracias. Ni aunque lo hubiera planeado me hubiera salido así.

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