martes, 25 de noviembre de 2008
Esta colorida aventura de LINO FONTANA es traída hasta ustedes por Pedro J. Hernández, como a eso de las 10:12... bueno, más o menos a ésa hora.
Las últimas tardes, mientras retozaba para disfrutar de mi café, era sorprendido por el sonido de un violín que traspasaba las paredes de mi vecino y convertía su virtuosa interpretación en mi curioso deleite. Su vibrato, tono y rítmica me dejaban extasiado, deseaba escuchar más al grado de terminar con la oreja pegada a la pared. "¿Quién será el artista que ejecuta con tanta maestría?", me pregunté en voz alta.

-Es un estudiante chino que vino de intercambio, los vecinos le rentan un cuarto- dijo mi hermana mientras yo recomponía mi figura, antes reclinada sobre la pared.

-¿Y tú cómo sabes todo eso Karina?

-Pues porque me contaron. Dicen que es un buen tipo, muy simpático... ¡Y que tiene un tamagochi!, como todo chino que se respete.

-Los tamagochis no son de China, son de Japón.

-¿Y nada más por eso no puede tener un tamagochi?

-¡Bah! Necia...

El violinista tuvo un rato de silencio mientras mi hermana y yo hablábamos, luego irrumpió en el aire con una nueva interpretación que nos hizo callar. Atentos recibimos cada nota de aquel deleite... eso hasta que un tronido horrible rompió la secuencia y devolvió el silencio.

-Se escuchó muy feo... parece que algo se quebró -observó mi hermana.

No pasó ni un minuto cuando se comenzaron a escuchar gritos, patadas y saltos, que fueron desplazando su posición hasta escucharse en la calle, a lo que mi hermana y yo salimos corriendo para ver qué ocurría. Allí nos encontramos con la sorpresa de ver al mencionado chino, brincando y haciendo ademanes mientras gritaba cosas en su ininteligible lengua. En su mano derecha sostenía el motivo de su irascible desasosiego: el violín que momentos antes tocaba con tal virtud ahora colgaba de un par de cuerdas partido por la mitad. Al parecer no resistió la vibración apasionada del intérprete. El deleite había terminado y el triste chino lloraba por su violín roto.

-¿Cómo se llama él?- Le preguntó mi hermana a un vecino que también salió a la calle sorprendido por los gritos.

-Se llama Cheng Chow -contestó aquel.

-¿Chencho?

-No: "Cheng Chow"

-¡Chencho!

-No muchacha, mira, repite conmigo: "Cheng-Chow".

-Hola Chencho, bienvenido a México- saludó mi hermana al chino juntando las palmas de las manos e inclinando la cabeza en señal de reverencia.

-¡Así no se saludan los chinos, ése es el saludo de los japoneses! Lo vas a hacer enojar Karina, ¡Chinos y japoneses se detestan! -corregí a mi hermana, que poco le importó mi regaño. Al pobre chino nada lo consolaba, su violín yacía en el piso mientras lloraba de hinojos.

Cada quien regresó a su casa y más tarde, durante la cena, mi hermana y yo comentábamos sobre la tragedia.

-Si yo pudiera le regalaría un violín a ese muchacho, extraño su música -le dije con pesadumbre a mi hermana.

-Sí, uno como el Stradivarius que tienen en la Feria Italiana -completó mi hermana.

-Claro uno como el... a ver, ¿un Stradivarius, en dónde?

Mi hermana me contó que se llevaba a cabo en la ciudad una Feria Italiana, donde entre otras cosas, estaba mostrándose al público un Stradivarius. Casi salté de mi silla para decir: "Voy a robarlo y se lo voy a dar al chino para que siga tocando".

-Ay Fontana, ¿en serio? Es la única idea buena que te he escuchado últimamente -agregó mi hermana-. Yo voy a completar el regalo preparándole un rico sushi para que no extrañe el folclor de sus costumbres.

-Un Sushi... a un chino... ¿?

Al día siguiente, emocionado y tomando todas las precauciones que requeriría mi plan, acudí a la feria con gafas negras y una gabardina tan grande y amplia lo suficiente para esconder aquel instrumento que pretendía robar. Sorpresivamente la custodia que protegía al Stradivarius no era tan quisquillosa y cuidando detalles mínimos pude detectar el momento justo en el cual sería oportuno robarlo.
Así lo hice, lo envolví en mi gabardina y corrí entre los pasillos de la feria intentando perderme entre la gente. "¡Deténgase usted!", ordenaron a lo lejos los guardias de la feria al percatarse de mi extraña vestimenta y la desaparición del Stradivarius.

Yo comencé a correr mientras era perseguido por un par de ellos, crucé un aglomerado de personas y logré perderme hacia un pasillo que conducía al baño. Allí entré a refugiarme buscando algunos segundos que me permitieran calcular lo que haría después.

Saqué el violín pensando en ocultarlo dentro de uno de los baños, abrí varias puertas intentando encontrar el más limpio. Cuál sería mi sorpresa al abrir la tercera puerta y descubrir a Cheng Chow sentado en la taza del baño, que de inmediato se sobresaltó y comenzó a protestar infinidad de cosas en chino mandarín. "Disculpe mister Chow, disculpe, fue un accidente", le explicaba yo al asiático que repentinamente enmudeció al mirar el Stradivarius que tenía yo en la mano.
Con un semblante totalmente diferente, algo intentó decirme señalándome el Stradivarius.

Yo se lo obsequié junto con mi gabardina y gafas negras, era muy vil de mi parte deshacerme así de la evidencia que me inculpaba, lo sé, pero ya deberían ustedes estar acostumbrados.
Al cabo de unos segundos salió el chino del baño y escuché gritos de los guardias y también de mister Chow. Yo me acerqué a la puerta y sacando un poco la cabeza observé la escena: la caterva mirando al chino con el Stradivarius y los guardias rodeándolo, acechándolo con cara de duda por no comprender sus palabras.

Creo que el chino comprendió que hablando en mandarín nadie le iba a entender así que, sorprendiendo a todos los que le miraban, levantó una mano pidiendo callaran todos su morboso barullo. Luego tomó en sus manos el violín y comenzó a tocar.

Todo mundo cambió su rostro inquisitivo por uno más relajado y poco a poco de simpatía. Mister Chow percibió la reacción de la gente y comenzó a acelerar sus revoluciones haciendo piruetas auditivas que hicieron a todos abrir la boca, sorprendidos por tanta capacidad y virtuosismo. El gentío estaba atónito contemplando una interpretación soberbia... así hasta que sucedió lo inesperado: el Stradivarius se rompió por la mitad. "¿Otra vez?", pensé desde mi escondite.
El chino se asustó, la gente exclamo un "oh" y los guardias volvieron a levantar sus brazos para ponerse en guardia. Chow tomó el pedazo de violín, miró dentro de la caja de resonancia y desprendió una etiqueta que estaba pegada en el interior. Puso la mano en la cintura y meneó la cabeza en señal de desapruebo, yo salí del baño donde me escondía, me acerqué a mister Chow y leí que decía la etiqueta: "Made In China".




Dedicado afectuosamente a Lilith, muchacha que le tiene devoción a las ferias italianas jajaja.

Y otra cosa más: Felicitenme porque hace un año el ladrón comenzó a robar y no ha parado, gracias a ustedes, que me dan la oportunidad y el gusto de compartirles esta faceta cleptómana.

Gracias, muchas muchas gracias.

Etiquetas:

 



Estos 3 Amigos de lo ajeno me han aconsejado que:


A Anonymous Anónimo le robé su cartera el día 25 de noviembre de 2008, 12:06, mientras hacía este comentario en mi blog:

jajajajajaj pobre chencho !!!
es que toca con harta energía, se emociona y pasa lo que pasa...

me gustó me gustó !!

Felicidades al ladrón !! Que cada día perfecciona sus anécdotas !!

 

A Blogger Lilith le robé su cartera el día 26 de noviembre de 2008, 14:53, mientras hacía este comentario en mi blog:

Ahhh que bonito, como supiste que me encantaba la musica de violin y las ferias italianas jajaja.

Eso reafirma mi teoria de que lo barato al final de cuentas sale caro, y las ferias gastronomicas en guadalajara no funcionan.

un beso y un abrazo, gracias me encanto ;)

 

A Blogger LINO FONTANA le robé su cartera el día 28 de noviembre de 2008, 10:03, mientras hacía este comentario en mi blog:

Dianita:
Gracias por el elogio, te mando muchos abrazos y es un gusto escribir para ustedes.

Lilith:
Lo barato sale caro y los flojos trabajan doble, decía mi abuela.
Beso y abrazo para tí también.

Gracias por venir, folks!!!