“Fontana, su gato ha hecho algo de muy mal gusto en mi jardín. Le exijo que lo castigue”. “Mi televisor ha perdido la señal toda esta semana, precisamente por las noches, cuando llega usted a su casa ¿sabe algo al respecto, señor Fontana?”. “Mi auto amaneció sin aire en las llantas, ¿de casualidad salió a caminar por el vecindario?”. “¿Puede bajar el volumen de su música por las noches?”. “¿Puede dejar de decir groserías frente a mis hijos?”.
Mi vecindario era encantador, agradable y cálido. Pero de las pocas cosas que no me gustaban, la más exasperante era Gary.
Siempre impertinente, exagerado, antipático y sobre todo quisquilloso, mi vecino Gary era la piedra en mi zapato. Era el único que sospechaba con peligrosa suspicacia, acerca de mis actividades ilegales, al grado de casi sorprenderme en tal flagrancia. Su percepción era que tal vez yo vendía mercancía pirata o productos chinos (perdonen el pleonasmo). Jamás pudo probar que yo robara, aunque su mirada era clara: no confiaba en mí, ni era yo de su agrado.
Una mañana de domingo casi al finalizar el año, regresaba yo de mi caminata dominical, cuando para mi mala suerte me lo encontré platicando con una amiga de todos nosotros –la joven, simpática y agradable Dalia-. Gary la estaba invitando a la Fiesta de Año Nuevo que su familia organizaba para los amigos del vecindario. Por supuesto que no tenía intenciones de invitarme, pero dado que la encantadora Dalia me lo mencionó en ese momento, Gary tuvo que acceder a hacerme la invitación para guardar las apariencias de cordialidad que tanto se esforzaba en mostrar.
Yo no pensaba llevar nada y presentarme a la celebración dispuesto a comer a costa de nuestro pesado anfitrión, sabía que eso lo irritaría. Sin embargo Dalia me pidió que trajera algunos vinos para acompañar los bocadillos que ella prepararía para la ocasión, y como me atraía bastante, decidí que acompañar sus bocadillos podría ser un primer paso acertado para después acompañarla a su departamento. En el juego de las posibilidades, el vino las aumenta; y además molestaría a Gary con mis pavoneos a lo largo y ancho de su mansión, así que nada sería mejor para empezar el año.
Aquel 31 de Diciembre toqué a su puerta cargando los vinos que se me encomendó llevar. Su lugar era muy espacioso y múltiples invitados habían llegado, a los cuales se fueron incorporando varios otros entre familiares del anfitrión, amigos, vecinos… y Yo, el no muy bienvenido Lino Fontana.
Pero no tanto, pues la familia de Gary era ajena a sus sentimientos y me recibió sin discriminaciones. Su esposa era una risueña obesa, su hijo e hija unos clásicos traviesillos que compartían el gusto por la comida, y todo mundo paseaba y conversaba por doquier. Toda una celebración en desarrollo pleno. Tengo que admitir que la esposa de Gary se esmeró en hacernos sentir cómodos, pero aún con esto, el resabio del flemático humor de nuestro anfitrión nunca se olvidaba.
Dalia estaba hermosa y tuve la oportunidad de platicar con ella durante toda la velada; acaso eso fuera lo único que me hizo olvidar las reticencias de Gary contra mi persona, mientras refunfuñaba discretamente por mis paseos a lo largo de su casa, las simpatías que hice con los invitados y mi pintoresca manera de hablar con la boca llena de comida. Creo que cumplí gozosamente con mi objetivo de fastidiarlo.
La noche avanzó y la hora de la cena fue muy gratificante, todos nos apersonamos alrededor de la gran mesa que se incorporó para la reunión y Gary comenzó el festín con unas palabras. Después de sus pamemas cursis, la costumbre familiar obligaba a un invitado a decir algunos buenos deseos y proponer un brindis por alguna razón noble. La esposa de Gary pidió que esta ocasión fuera algún invitado inédito quien diera el breve discursillo. De inmediato tuve una sensación desagradable, pues sólo éramos tres las personas que asistíamos por primera vez a ese convivio. Recliné un poco la espalda en mi silla tratando de que nadie reparara en mi presencia y condición de primerizo; mientras trataba de pasar desapercibido me repetía en silencio: “Que no sea yo, que no sea yo”.
Por una jugada del diablo, crucé una mirada accidental con Gary, a quien la molestia de su semblante lo delató acerca de sus pensamientos: “Que no sea Fontana, que no sea Fontana”.
-¡Qué les parece si Fontana nos otorga el honor del brindis!
Dalia sugirió lo que yo no deseaba ni quería, y mi antagonista frunció el semblante pidiendo a otro comensal para realizar dicha costumbre. Carlos y José, los otros dos primerizos, declinaron pidiendo fuera yo el afortunado. Ellos, aunque inéditos en esta reunión, ya eran reconocidos por los familiares de Gary. Así que su esposa insistió en mi participación, para presentarme ante quienes no tenían el placer de conocerme. Todos asintieron y no hubo otra opción.
-Voy a proponer un Brindis por nuestro anfitrión Gary, su bella familia y su hermosa casa, un cómodo recinto en donde hemos coincidido esta agradable noche de año nuevo.- Hice una pausa para tragarme mi hipocresía, todos tomaron su copa y la alzaron con prestancia, dispuestos a hacer eco de mis dulces palabras. –También les quiero desear que en este nuevo ciclo, nuestros esfuerzos consigan el logro que buscamos en cada etapa de nuestras vidas. Confío en las fuerzas del trabajo diario. ¡Que las cosas caigan por su propio peso!
Todos aplaudieron después de beber su copa y la aceptación que recibí de los comensales fue motivo de molestia para Gary, que me miraba enojado y muy poco tardó en replicar mi brindis.
-Que curioso que mencione eso, Fontana. Yo también quisiera que las cosas, y sobre todo las personas, cayeran por su propio peso. Sobre todo en este vecindario, donde uno se topa con gente arribista, vulgar y macarra, de muy mala reputación.
-No se preocupe por esa gentuza, Señor Gary. Son inofensivos, pues inclusive puede ir uno a su casa, comer de su mesa y beber de su vino; y sin despeinarse siquiera.
-No se crea que tan fácil es hacer eso. Porque tarde o temprano a esa gente se la lleva el carajo y los veremos llorando en la calle.
-Pues esa gente de la que usted habla sigue aquí y no le veo una sola lágrima en la cara.
-Payaso…
-Nerd…
-Majadero…
-Llorón…
-¡Usted lo será Fontana, macarra de mierda!
La esposa de Gary reconvino a mi oponente por la rudeza, y después de suavizar sus ademanes y exhalar un poco de aire, sonrió falsamente a los demás comensales para quitarle presión a la situación. Ellos tomaron nuestra pequeña escaramuza como una juerga de bufones y rieron sin darle importancia, habíamos librado nuestra pequeña fricción sin lesiones de gravedad, haciéndola parecer un juego de niños. La esposa de Gary se levantó y agradeció nuestra participación en el festejo, pidiendo un brindis por todos los presentes, a lo cual accedimos con mucho gusto bebiendo con alegría.
En medio del júbilo general, uno de los hijos de Gary se acercó a éste y le dijo algo en el oído. El anfitrión se paró lentamente y levantó los brazos pidiendo una pausa a la concurrencia. Suspiró con molestia y dijo algo que sorprendió a todos.
-Damas y Caballeros, mi hijo me ha informado de algo muy desagradable. Quiero que todos pongan atención, en especial Fontana; pues ha desaparecido un Huevo de Oro puro que yo tenía sobre mi chimenea. Más allá del valor económico de dicho ornamento, el valor emotivo es incalculable. Por lo tanto, le pido al sinvergüenza que lo tomó –y en ese momento me miró a los ojos- que me lo devuelva.
-Bien dicho Gary, diles que apoquinen.
-¡Cállate Fontana y devuélveme mi Huevo…!
-No Gary –dijo su esposa-, no señalemos ni acusemos a nadie, porque todos seríamos igualmente sospechosos. No queremos juzgarlos, ni creemos que alguien aquí tenga mala voluntad. Todo sea tal vez un malentendido, vamos a apagar la luz unos momentos y cuando la encendamos, esperemos que lo robado aparezca en medio de esta misma mesa donde estamos reunidos. Sabemos de su buena fe. –al decir esto, se acercó al interruptor y apagó la luz, todo quedó en tiniebla total.
La obscuridad duró un minuto; mientras, se escuchaba el murmullo de expectación entre los asistentes. Pasado ese momento, la señora contó en regresivo diez segundos y volvió a encender la luz. En la mesa nada apareció y todo mundo comenzó sus especulaciones y exclamaciones.
-¡Me robaron mi collar de brillantes! –dijo una rubia de negras raíces.
-¡Me robaron mi celular con mp3, mp4, cámara de 28 mega-pixeles y touch-screen! –dijo un tipo de bigote.
-Se lo robaron por presumido… -dije yo.
-¡Me robaron… un beso! –dijo Dalia, tocando sus labios; yo sonreí inevitablemente.
Todos revisaban sus cosas y varios notaban alguna ausencia. Gary estaba irritadísimo y con el rostro descompuesto dijo unas cuantas groserías.
-Voy a llamar a la policía y el responsable de esto, que se está haciendo el gracioso, saldrá de esta fiesta exponiéndose a la mirada de todos. Se lo va a llevar el carajo y no lo digo por nadie en especial, ni por Fontana ni por nadie en específico. Por favor devuelvan todo lo robado... ¿Me estás escuchando Fontana?
-Ya querido, no nos dejemos llevar por el enojo. Miren amigos, daré una nueva oportunidad y apagaré la luz, esperando que esta vez las cosas aparezcan en medio de la mesa. No hagamos que esta velada se termine tan pronto y tan mal. La estábamos pasando bien. –En seguida, al terminar de decir esto, la esposa apagó nuevamente la luz y se hizo un silencio tenso. Ella procedió de la misma manera y después de un minuto, encendió de nuevo la lámpara.
-¡Me devolvieron mi collar de brillantes!
-¡Me devolvieron mi celular con mp3, mp4, cámara de…
-Te lo devolvieron y ya hombre, vuelve a lo tuyo y agradece… presumido. –dije yo con molestia.
Los presentes revisaron sus cosas, y al notar la aparición de todo lo hurtado, exhalaron aliviados. Luego yo toqué mis labios, pues ahora fui yo a quien le habían robado un beso durante este segundo apagón. Dalia volvió su mirada hacia mí y juntos nos sonreímos mutuamente. Aunque no pude robar nada de la casa de mi nefasto vecino, ahora la noche sí había valido la pena. Robé un beso a Dalia durante el primer apagón y mi gesto ella lo correspondió en esta segunda oscuridad. La noche no pudo ser mejor.
Las últimas palabras de la esposa de Gary me convencieron de regresar lo que sustraje; porque a fin de cuentas, si venía la policía la fiesta terminaría y no podría seguir avanzando con mis juegos de seducción. Dalia se veía prometedora y provocadora.
Cuando la velada terminó, nadie tenía una idea clara de lo que había ocurrido exactamente. Todos se miraban con reticencia y Gary permanecía sentado en un sillón frente a la chimenea, con una mano en su frente y en la otra sosteniendo el Huevo de Oro. Mientras tanto, en la puerta su esposa despedía a todos los invitados disculpándose de los contratiempos ocurridos durante la cena, y nos exhortaba a no dejar de visitarlos.
-Dalia gracias por todo lo de esta noche, y cuando digo todo, me refiero a TODO. La he pasado muy bien. –le dije yo con malicia.
-También la pasé rico Fontana. No me agradezcas la plática, fue un placer para mí, eres muy simpático.
-Jajaja Dalia, no me refiero sólo a la plática, también a “lo otro” tu sabes.
-Pues… no, no sé. ¿A qué te refieres?
-Pues, “lo otro”; ya sabes, lo del segundo apagón.
-No entiendo Fontana, a qué te refieres con lo del segundo apagón.
-Pues lo del segundo apagón, cuando tú…
-Señorita Dalia, gracias por venir a nuestra casa, sus bocadillos le quedaron deliciosos… ¡Ah! y señor Fontana… gracias, pero muchas gracias por haber venido. ¡Usted siempre tendrá las puertas abiertas en esta casa! Siempre, de par en par.
La esposa de Gary dijo esto último con mucha más alegría que cualquier otra cosa que haya dicho en toda la noche, y jamás olvidaré cómo me guiñó su ojo izquierdo.
Sobra decir que jamás volví a pisar esa casa. Cuando volví a la mía, me lavé la boca con jabón.
Inolvidable fué, aunque no como yo esperaba.
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