-Señor Fontana, queda usted arrestado por flagrancia, en el delito de robo. Le vendrá muy bien la cárcel a un truhán, de tan vulgar camada como la suya.
-Pero Alcalde, de verdad, esto no es lo que yo quería robarme, pues yo…
-Cállese, sinvergüenza. Muchachos ¡llévenselo! Ya no quiero seguir escuchando sus pamemas: al “bote”, por ratero.
Now…
Me sentía triste por lo ocurrido durante mi último robo. Las circunstancias me habían sido desfavorables y mi vida estaba jodida, marchitándose bajo la sombra de esta horrible y sucia cárcel. Mi estancia ya era común en este tipo de instituciones de castigo, y en esta prisión incluso, yo era particularmente conocido.
Tal era mi fama, la única hasta el momento, que vigilado mi desenvolvimiento tenía que ser, pues era difícil evitarme los problemas al convivir inevitablemente con la fauna recluida allí.
Los primeros días no salí de mi celda, fue todo desgano e indiferencia. Igualmente me separaron en una celda singular, para evitar roces con los demás reos, aprensivos con los recientes. Pero mientras dictaban mi sentencia, no tuve más remedio que mezclarme con la chusma.
Algunos nuevos, algunos otros viejos conocidos, pero siempre el mismo problema: soy un inadaptado a la vida carcelaria. Y básicamente a cualquier esfera de vida. Eso porque mis valores y ponderaciones son diferentes a las de cualquier grupo social del planeta. Soy un outsider.
-Vaya, vaya, pero qué jodida sorpresa, el famoso Lino Fontana.
-¿Quién es este simio de mierda?, Don Goyo.
-¡Don Goyo! ¿Cómo le ha ido? –le dije trémulamente a mi presentador. –Tanto gusto de verlo de nuevo…
-Mira Pingus, este simio de mierda se llama Fontana, Lino Fontana. Y es uno de los más grandes perdedores de la tierra. Por cierto, creo que me debes algo, maricón.
-Eh… pues, no sé Don Goyo, no recuerdo que le deba algo.
-Bájale a tus bravuconadas, putito; ¡porque aquí valen pura chingada!
-Tranquilo, Pingus. No te irrites que te sale espuma. Estoy seguro que Linito tiene con qué pagarnos. ¿Verdad?
-A pues… yo no sabía que le debía, Don Goyo… yo no…
-Lino, ¡Linito! No me salgas con pendejadas ahorita. Me debes la protección que te dí la última vez que estuviste aquí; para que no te rompieran los huesos, y me debes ya la protección que te estoy dando ahora. No querrás quedarte sin nariz tan pronto, nene.
-Hazle caso a Don Goyo, maricón. Porque si no, yo mismo te vuelo tu narizota.
-Tranquilo Pingus, jajaja no asustes a nuestro protegido. ¡Regístralo y quítale lo que tiene!
No perdí mucho con el despojo que me asestaron mis dos nuevos amigos, el viejo conocido Don Goyo –gángster local- y Pingus, un calavera fármaco-dependiente. Me hicieron recordar rápidamente lo acogedora que es la cárcel y lo mucho que necesitaba hacerme de aliados pronto, o mi bella e italianesca nariz perdería su gracia.
La hora de la comida, posiblemente sería el momento adecuado para lograr simpatías con los demás internos, y unirme a alguna de sus bandas, para no ser acosado por los rudos.
Tomé entonces mi ración mísera de comida, para disponerme a buscar un lugar dónde sentarme, y abordar a los comensales.
“Hey, camarada, esta comida cada vez sabe más a basura jeje”. Le dije a un sujeto flaco de ojos saltones. Se veía un poco atolondrado y me inspiró confianza; estaba solo en el rincón de una larga mesa, y el único con quien nadie quería hablar. “Deberíamos exigir a esos polizontes algo decente para comer ¿no crees? Jejeje”. Nada, su semblante era de total indiferencia, casi no comía, a pesar que se veía famélico. “Si, te entiendo. Ha de ser horrible llevar tanto tiempo aquí comiendo esta porquería. Yo apenas llevo tres días y ya me quiero escapar jajaja”. Le costaba mucho trabajo levantar la cuchara para comer. No mostraba el más mínimo gesto de emoción o intención por charlar conmigo. Y creo que difícilmente terminaría por comer aquella exigua ración de frijoles.
Después de la comida, nuevamente tuvimos un espacio de descanso, donde todos podíamos caminar por el patio e interactuar “libremente”, si es que tal término puede utilizarse dentro de una cárcel. Yo me sentía obnubilado y preferí sentarme alejado del gentío. Mientras el calor desordenaba mis pensamientos, un par de misteriosos se me acercaron.
-Levántate –dijo el más corpulento. Yo tuve que acceder, mientras los miraba desconcertado.
-Así que tú eres Linito, el protegido de Don Goyo –dijo el otro, un bigotón malencarado.
-Bueno tanto así como su protegido, pues no, porque yo…
-¡Escucha…! Por aquí me llaman Don Jacinto. Tú coopera conmigo, y verás que nadie se te arrima a molestarte. Este amigo corpulento que ves aquí se llama Gus, y desde hoy será tu amigo… si cooperas conmigo.
“Oh no, otro abusador”, pensé. En la cárcel, “coopera” y “jódete” son sinónimos. Ahora tendría a dos líderes mafiosos extorsionándome y haciendo de mi vida un infierno, mientras ésos burócratas de la jurisprudencia pierden el tiempo para dictar mi sentencia.
Mi pena se hacía más honda y suspiré un momento, para preguntar al bigotón Don Jacinto, acerca de la cooperación que me estaba requiriendo.
-No es muy complicado lo que yo te pido, Linito. Sólo comparte conmigo tu plan para escaparte de la cárcel.
-¿Plan? Pero, ¿cuál plan…? Yo no tengo ningún plan de fuga…
-Lino, ¡Linito! No me vengas con una pendejada tan grande. Tengo informantes en toda la cárcel, y uno de ellos me notificó que le confesaste lo de tu plan para escaparte.
Don Jacinto volvió la mirada y señaló a un sujeto a lo lejos, el mismo tipo de ojos saltones y cadavérico rostro, con quien compartí la hora de la comida. Con razón nadie se le acercaba, pues ése famélico vendía noticias exageradas, y ahora yo estaba en problemas...
Llegado el atardecer, antes del último control nocturno, estaba en mi celda pensando en mi embrollo. No sabía cómo maniobrar la ominosa oferta de “protección” que me brindaban los dos mafiosos de allí, y para mi mala suerte, ahora sí tendría que inventar un plan de fuga pronto. Cuando creí que las cosas no podrían ser peor, miré a Don Goyo entrar a mi cuchitril.
-¡Don Goyo! Estaba pensando en usted precisamente… -sonreí pero muy angustiado, porque supuse que vendría por “su paga”.
-Qué bueno Linito, mi muchacho querido. Mira, te traje un pedazo de pan que Pingus le quitó a un bravucón.
-Caray… gracias Don Goyo por sus atenciones, pero yo no quisiera tener tantas deudas con usted, creo que no sería saludable… para mí, claro está. Ya sabe, mi nariz me gusta así como está y pues…
-Linito, olvida el pasado hermano mío.
"¿Que qué?" Me inquirí lleno de asombro.
-¿Hermano mío?... Ya sé... estoy muerto ¿verdad?... me mataron, y ni me di cuenta ¿verdad?… ¿Cómo fue, me acuchillaron, me ahorcaron, me pusieron ponzoña en la comida? ¡Pingus! Pingus me mató ¿verdad?
-Mi muchacho tan bromista, pero si Pingus sabe que tu eres como de mi familia y jamás te haría daño, mi hermanito querido. Y claro, entre hermanos no tiene que haber secretitos feos, ya sabes. Así que, como “hermanos” que somos, por qué no me compartes tu plan para fugarte de la cárcel, no seas egoísta. ¡Vamos!
"Mierda, ahora me lo explico", pensé.
-Ay no… no me diga más Don Goyo: un cadáver andarín de ojos saltones le informó que me quiero fugar de la cárcel.
-¡Ah! Lino, parece ya que estás conociendo a todos los muchachos de aquí. Ese hombrecillo cadavérico y de ojos prominentes es “El Amarillo”, un informante mío que me ha contado todo.
-Pero Don Goyo, es que yo no…
Y si todavía pensaban que esto sería lo peor que podría haberme pasado, un nuevo acontecimiento se sumó al cúmulo de mis desgracias. Toda vez que por la puerta apareció Don Jacinto.
-Qué haces aquí con mi protegido, Don Goyo, vete a tus negocios y no me jodas.
-¿Tu protegido? Bonita chingadera con la que me sales. Linito es mi protegido, y que te quede muy claro Don Jacinto, porque si te veo rondando por aquí, mis muchachos te van a mandar en pedazos al horno de cremación.
-Pues mis muchachos te mandan primero a ti, y todos tus lame-culos al infierno. De donde no debieron salir, bola de maricones.
La cosa se tensó hasta casi los golpes, que se evitaron gracias al silbato de control nocturno, que anunciaba el cierre de todas las celdas para dormir. Sin embargo, el clima fue bastante áspero al día siguiente, pues cada bando tenía sus hombres y la competencia entre mafias se hizo más acendrada. Yo evité salir a comer a la hora de mayor tránsito, ahorrándome los roces; pero no pude detener la bola de nieve que se venía hacia mí, y que alcanzó su mayor tamaño de complejidad, cuando no tuve más remedio que salir al patio central a mi “convivencia” forzosa.
Acudí con recelo, y rápidamente me situé lo más lejos posible del barullo, tratando de pasar desapercibido. Tal cosa no fue posible, pues de inmediato se me acercaron Don Goyo y Pingus, seguidos de unos cuantos malosos.
-Linito, estamos para ayudarte en lo que necesites. Ya sabes, no queremos que “nuestro plan” se venga abajo. No nos defraudes, hermanito. –Don Goyo guiñó un ojo y me dejó en claro que no quitaría el dedo del renglón.
-Quítate de allí, payaso –le dijo Don Jacinto, que venía acompañado de Gus y su propia corte de extorsionadores, el problema se me estaba haciendo muy grande-. Yo estoy con Lino, porque Él “coopera” conmigo. Quita tus pezuñas de mi protegido.
Los dos mafiosos estaban frente a mí en franco duelo de dimes y diretes. Sus ademanes se hacían más acalorados y llamaban la atención de los demás reos. Mi nerviosismo era un hervidero de alteración, pues sus gestos sugerían una gresca inevitable. Todo se disponía a un violento desenlace, cuando de repente, un personaje se abrió brecha entre las dos tribus. Era el cadáver de ojos saltones, el "emisario amarillista" que inventó todo esto, levantando su cabeza entre todos los revoltosos, y se proponía a hablar. La inverosímil actitud del enigmático personaje, fue seguida por los ojos de todos los presentes, quienes tal vez llevaban mucho tiempo sin oírle proferir palabra alguna.
-¿Por qué no dejan que Fontana diga, a quién piensa ayudar a escapar? –dijo secamente y con una voz blandengue y estreñida.
-¡Oh, gracias! ¡Muchas gracias! ¡No sabes el gusto que me da, que por fin hables! -le espeté regañándolo.
Ese esperpento macabro nunca habla, y cuando lo hace, da miedo por inoportuno. Ahora tendría yo que resolver la discordia entre estos dos villanos, siendo arrojado como cristiano a los leones y sin alternativa de prórroga. Sea cual fuere mi decisión, la batalla era inevitable, y lo único que cambiaría es que yo sería el provocador, ganándome el odio del bando contrario.
-Bueno, bueno. Que sea mi protegido el que te desengañe, Don Jacinto.
-El desengañado vas a ser tú, Don Goyo. Mi amigo Lino te hará ver como un pelmazo, cuando te aclare que él coopera conmigo.
-¡Linito, dile que estás conmigo! –dijeron los dos mafiosos al mismo tiempo, coincidiendo como nunca lo habían hecho, y por primera vez.
Ya no tenía escapatoria, debía inventar algo rápido o recibir un milagro puntual. Como sabía que esto último no iba a suceder, me concentré arduamente en buscar una solución ingeniosa… por desgracia, nunca he funcionado bien bajo presión, así que opté por una imberbe chapucería.
-Ya sé muchachos… miren, obviamente no traje "el Plan" conmigo. Porque si lo trajera para todos lados, pues se ensuciaría. Lo dejé en mi celda, claro está, por quién me toman. El cuidado ante todo. Denme un momentito y ahorita vengo...
-De qué estás hablando, no entiendo nada… ¿A dónde vas? –me preguntó Don Goyo.
-¡Ahora vengo, voy por el Plan a mi celda!
-Idiotas, agárrenlo que se nos pela, ¡Está huyendo y no tiene ningún plan para escapar! –gritó Don Jacinto.
¡A correr! Pues sí, nada mejor pude pensar y salí disparado de allí; mientras, detrás mío, la estampida de rijosos me perseguía, seguidos por la mirada desconcertada de los otros reos. Recorrí todo el patio a una velocidad ni siquiera soñada por los velocistas olímpicos, y al llegar al portón, toqué ruidosamente esperando alguien me abriera. Nada pasó y me volví para ver acercarse a todos mis depredadores dispuestos a la masacre. Apreté los dientes y fruncí el cuerpo, para sentir menos el trancazo, cuando inexplicablemente fui jalado del brazo y desplazado al interior del portón. Era un par de policías, que me llevaban a la zona de presentación de proscritos. Acto seguido escuché la voz de Don Jacinto golpeando la puerta, y desde el patio gritaba haciendo eco del enojo compartido de los demás delincuentes: “¡Lino, algún día te las vamos a cobrar todas juntas!”.
-Fontana, su caso es único, nadie como usted, con su facilidad para hacerse de “amigos” tan rápido. Sobre todo en esta cárcel. –me dijo el oficial. Yo todavía no salía de mi asombro y alivio.
-Qué pasa, qué sucede.
-Su sentencia fue dictada y su hermana ha hecho válido el derecho a libertad bajo fianza, que la ley le otorgó. Felicidades, es usted un hombre libre.
Tengo que agradecer el buen detalle de mi hermana. Que realizó un pago oportuno y me salvó de esos mequetrefes. Me daban un poco de preocupación sus últimas amenazas, pero tomando en cuenta que soy hábil para escapar de la justicia, haría yo todo lo posible por no caer de nuevo en la penitenciaría. Además, muchos de ellos eran consignados a largas condenas por sus maldades, y no saldrían de allí pronto.
Sentía yo ligereza de espíritu y un regocijo en mi nuevo amanecer, viendo de nuevo la diáfana alegría de la mañana entrando por mis ventanas. Un aire limpio y fresco.
-¡Ah! Karina, estoy contento. Libre estoy por fin, la mañana es bella, y ya no veré más ésas caras mugrosas de reos mal vivientes. Tengo mi periódico, un desayuno, un vaso de café…
-Un citatorio judicial.
-¿Qué? Karina ¿Qué cosa?
-Llegó esta mañana un citatorio judicial. No declaraste los impuestos de este año. Sí sabías que evadir impuestos es delito, ¿verdad hermano distraído?
-¡¡¡Me caigo en la mierda otra vez...!!!
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